"¿Y quién es mi prójimo?" Lc. 10,30
Como estudiantes de la Facultad de Teología de la PUC, encontramos que el hombre que está bajando hoy de Jerusalén a Jericó, despojado y herido a manos de un grupo de bandidos (cf. Lc 10,31), se encuentra representado en el clamor de justicia que emerge del movimiento estudiantil: en gran medida son las mayorías que están al margen de una educación de calidad, de la cual nadie debiera quedar excluido.
Esto se debe a que la racionalidad económica, centrada más en el mercado que en el hombre comprendido como ser integral, ha subvertido desde hace años diversas realidades humanas en bienes de intercambio. De esta manera aconteció una multiplicación de lo transable en la cual la educación ha pasado a ser un producto más de consumo.
Lo que el grito espontáneo de la sociedad civil nombra es precisamente lo contrario: que la educación es un derecho inalienable e irrenunciable de toda criatura humana. El paradigma en crisis no alcanza a ver la necesidad del desarrollo integral del hombre, porque lo cristaliza matemáticamente en el discurso de las estadísticas. Con esto no respeta el misterio de la Creación ni mucho menos el misterio del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, vulnerando su dignidad intrínseca y silenciando a los que más sufren.
Hemos experimentado en carne propia los frutos del diálogo y del encuentro, aun cuando entre nosotros no había y no hay un parecer uniforme sobre muchos de los problemas que aquejan a la educación en particular y al país en general. Sin embargo, a pesar de ello, hemos decidido paralizar nuestras actividades académicas, a fin de identificarnos con los que paran, miran, se compadecen y actúan (cf. Lc 10,34-36) en relación a los que más padecen la injusticia.
La reflexión de estos días nos ha hecho reconocer que la desigualdad en el sistema educativo exige cambios estructurales donde el Estado tome un rol más activo para defender la libertad de todos, y no sólo de algunos privilegiados. Pues observamos que los problemas más graves en nuestro sistema educacional tienen relación con la segregación social que se potencia a través de diversos mecanismos de selección que, en último término, refieren al origen socioeconómico de cada estudiante. Y una meritocracia fundada sobre la desigualdad es una falsa meritocracia. También nos manifestamos contra el lucro en la educación, bajo el entendido de que esto no significa oposición a la provechosa participación de privados en la tarea educacional, sino exclusión de quienes pretenden sumarse con la intención de generar utilidades que no se reinvierten directamente en educación. Declaramos todo esto con conciencia de que, como el sacerdote y el levita en la parábola (cf. Lc 10,32-33), muchas veces nosotros como Iglesia hemos colaborado con nuestras instituciones educacionales a acrecentar estos problemas.
En este sentido valoramos y apoyamos el actuar de nuestros representantes estudiantiles de la FEUC en tanto han atendido la voz de aquella mayoría despojada y herida que no ha sido escuchada plenamente.
Llamamos al encuentro de los diferentes actores hoy involucrados en el reclamo estudiantil, encuentro que solo será viable si las instituciones -cualesquiera sean éstas- se dejan permear por el clamor de la sociedad civil en busca del bien común. El Espíritu del Resucitado hoy llama a una comunión de miradas que tenga su centro en el hombre que está bajando de Jerusalén a Jericó.
Ése es el hombre al que hay que mirar: ¡es nuestro prójimo!
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